Thursday, November 09, 2006

EL JUEGO EN EL DISCURSO DE LAS CIENCIAS SOCIALES


EL JUEGO EN EL DISCURSO DE LAS CIENCIAS SOCIALES

Miguel Ángel Gómez Mendoza
Universidad Tecnológica de Pereira
Facultad de Educación
Junio de 2006



“El juego es social en su origen y en su vocabulario, en su ritual y sus convenciones, en su medio y sus manifestaciones, en sus efectos también y es de tal manera social que este puede ser su característica dominante” Jean Vial


El juego constituye de hecho una noción de trabajo productiva y heurística para los practicantes de las diversas ciencias sociales y humanas, pero su extensión y su especificidad son extremadamente difíciles de discernir. En verdad las tentativas de elucidación de la noción problemática de juego llevan con frecuencia a nuevas preguntas más que a respuestas. Ahora bien, se puede considerar siguiendo a Jacques Henriot que el hecho mismo de plantear la cuestión del juego constituye en sí un paso adelante, ya que el juego es con mucha frecuencia tratado como una evidencia. Si la referencia al juego ocupa un creciente lugar en el discurso moderno, invadiendo todos los campos de la actividad humana, esta evolución no parece haber sido objeto de muchas reflexiones rigurosas. Se puede de otra parte preguntarse con razón si el juego del cual se habla en pedagogía, en política, en filosofía, en literatura, en psicología, en matemática, en economía, en antropología, en sociología y en otras disciplinas es verdaderamente uno.

Cuestionando la univocidad de un termino cuyo examen muestra rápidamente que el cubre los fenómenos más variados, se puede estar tentando en buscar el sustrato común –que es en parte el camino de Johan Huizinga o de Roger Caillois, que como veremos son dos referencias obligadas en este campo-, o perderse en una noción cuya polisemia tiene dificultades para ajustarse a las exigencias de cualquier metodología.

El juego se inscribe en una red de significaciones que importa examinar de cerca ya que su recurrencia, aún si se puede negar su utilidad invocando la imprecisión conceptual que encierra, constituye un elemento revelador del discurso contemporáneo. Asumir que el juego hace parte de tal red de significaciones perteneciente a una sociedad dada, en un momento dado de su historia, no equivale a invalidar su interés sino por el contrario a sacar un mayor provecho de su examen.

De esta manera, en este documento se plantean algunas ideas consagradas al pensamiento del juego, adoptando como referencia algunos autores obligados en el tema en el marco de las denominadas ciencias sociales. Se explora entonces brevemente la evolución de la noción de juego en el discurso de este campo de conocimiento. Claro está, a lo largo de esta exposición aparecerá la idea según la cual estudiar el juego, es ante todo estudiar la producción de su sentido. Dicho de otra manera, el juego es en primer lugar el juego tal como de él se habla con un fin dado, en un momento dado, en un contexto dado, en una sociedad dada. Reiteremos entonces que se pretende entonces exponer aquí un breve recorrido de los avatares de la noción de juego en autores que se consideran de referencia obligada en el pensamiento de las ciencias sociales contemporáneas.

(1) Johan Huizinga: un papel fundador

En el campo de las ciencias sociales, Johan Huizinga, es la figura precursora. En Homo ludens. Essai sur la function social du jeu, erige el juego en principio de la cultura humana e, inaugura un tipo de pregunta sobre el fenómeno lúdico, marca el giro más importante en el pensamiento del juego después de Schiller.

Ocupémonos brevemente de la celebra frase de Schiller en sus Lettres sur l´éducation esthétique de l´homme, que ocupa un lugar destacado y logró la unanimidad de los teóricos: “el hombre no juega más que cuando el es hombre en el pleno sentido de la palabra, y él no es plenamente hombre más que cuando juega”. Para Schiller el juego es “un gasto vano de actividad superflua, que imita gratuitamente la actividad verdadera. El está en el origen de las artes (…) Este aumento de energía gastada libremente crea los valores estéticos liberando al hombre de una preocupación de un resultado útil”.

Luego de él, otros autores retomarán esta noción de gratutidad, que ha acompañado largamente el juego. Por tanto, como hablando del carácter inútil de una actividad George Reddé, retoma los estudios recientes y afirma,

La actividad lúdica y los juguetes introducen al niño en el reconocimiento de los valores, en el manejo de los códigos y en el lenguaje de los signos, ellos mantienen y diversifican la relación organismo-medio y expresan la manera propiamente humana de lo que se sigue la explicación de estar vivo con el medio

Schiller et Gross, como otros que se ocuparon de los primeros estudios sobre el juego – y no sobre los juguetes, instrumentos y accesorios- han sostenido la tesis del juego como degradación de las actividades adultas que, privadas de su seriedad, permiten a los niños formarse y a los adultos ociosos pasar el tiempo.

Nadie negaría a Huizinga el lugar que tiene entre los analistas del juego. Gracias a él – y a su reflexión fundadora que sigue siendo para muchos la referencia-, el juego a reconquistado sus cartas de nobleza y ha visto perder terreno la teoría según la cual todo rebaja en el juego. Para Huizinga, el juego siendo invención y disciplina a la vez, cumple un papel cultural inestimable, porque él enseña la lealtad y el respeto de las convenciones estimulando la ingeniosidad, el refinamiento y la fantasía. Su tesis que pone el acento sobre la noción de “sana competencia reglada” a sido ampliamente refutada y combatida. No obstante, aquí nos limitamos a recordar su definición principal de juego:

Una acción libre sentida como “ficticia” y situada fuera de la vida de la vida corriente, capaz sin embargo de absorber totalmente al jugador; una acción desprovista de todo interés material y de toda utilidad; que se cumple en un tiempo y en un tiempo expresamente circunscritos, se desarrolla en orden según las reglas dadas y suscita en la vida relaciones de grupo acompañadas fácilmente de misterio.

¿Cuál es entonces la originalidad de Johan Huizinga? Este historiador holandés va a romper con las interpretaciones teleológicas apreciadas por los etnólogos y los psicólogos para interesarse finalmente en la naturaleza del juego en sí. El supera de este modo la contradicción denunciada por Marie-Claude Hurting y sus colaboradores:

La mayor parte de los autores clásicos han buscado unificar la problemática del juego a través de las perspectivas funcionales, que tendrían un valor explicativo general. Esta perspectiva consiste en determinar la finalidad de un conjunto de comportamientos no definidos previamente, es por tanto más sorprendente que el solo punto de acuerdo entre los diversos teóricos del juego sea sobre su ausencia de finalidad extrínseca

Johan Huizinga, antes que explorar la parte del juego en la cultura, busca probar en que medida la cultura es ella un mismo juego. Con Homo ludens, el juego adquiere un verdadero estatus epistemológico, incluso si las respuestas que aporta pueden hoy en día ser discutibles.

En efecto, el historiador holandés es el primer teórico en establecer explícitamente las relaciones entre las diversas actividades humanas (justicia, guerra, poesía,.arte) gracias a un común denominador: el juego. Además, es también el primer en insistir sobre la irreductibilidad del fenómeno lúdico a las grandes oposiciones de categorías.

Según la definición propuestas por Huizinga, el juego <>

(2) Roger Callois: una tipología celebre

Veinte años más tarde, Roger Caillois, en su no menos celebre e importante obra Les jeux et les hommes, va destacar la importancia de Homo ludens al mismo tiempo que resalta las fallas de las hipótesis planteadas en esta obra: hipótesis muy estrechas que no tienen en cuenta más que el aspecto concurrencial del juego, dejando así de lado una cara de la actividad lúdica humana, aquella de los juegos de azar o causalidad.

Para comenzar, Roger Caillois retoma, enriqueciéndola, la definición propuesta de Johan Huizinga. Para el sociólogo francés, el juego es una actividad:

1°. Libre: a la cual el jugador no podría ser obligado sin que el juego pierda inmediatamente su naturaleza de diversión atractiva y alegre;

2°. Separada: circunscrita en los límites de espacio y de tiempo precios y fijos de antemano;

3°. Incierta: cuyo desarrollo no podría ser determinado ni el resultado logrado previamente, una cierta libertad en la necesidad de inventar se deja obligatoriamente a la iniciativa del jugador;

4°. Improductiva: al no crear ni bienes ni riqueza, ni elemento nuevo de ninguna clase; salvo algún desplazamiento de propiedad en el seno del circulo de jugadores, se llega a una situación idéntica a la del comienzo de la partida;

5°. Reglada: sometida a las convenciones que suspenden las leyes ordinarias y que instauran momentáneamente una legislación nueva, que por sí sola cuenta;

6°. Ficticia: acompañada de una conciencia específica de realidad segunda o de franca irrealidad con relación a la vida ordinaria o cotidiana.

Siguiendo las huellas de Huizinga, Caillois va intentar a su vez establecer una tipología de juegos humanos, e intenta conceder al azar el lugar que le corresponde. Abandonando las clasificaciones funcionales o materiales, juzgadas poco pertinentes pese a su éxito en los psicólogos y en los autores de selecciones de juegos, él escoge –lo que es una innovación fundamental- clasificar los juegos según la actitud del jugador. Distingue cuatro grandes categorías (competición o agôn; suerte o alea; imitación o mimicry y vértigo o ilinx), estructurados alrededor de dos ejes mayores (que van del menos organizado, la paidia, al más organizado, el ludus).

La palabra “juego” designa globalmente, según Caillois, seis nociones diferentes: 1. noción de totalidad cerrada, completa desde el comienzo e inflexible; 2. ideas de límites, de libertad o de invención, en el “estilo, a la manera de un músico o de un comediante.”; 3. “ideas complementarias de oportunidad y de habilidad, de recursos provenientes del azar (…) y de la mayor o menor inteligencia que se emplea”; 4. idea de riesgo; 5. sistema de reglas “arbitrarias, imperativas e inapelables (…) Conjunto restricciones voluntarias, aceptadas por voluntad propia y que establecen un orden estable, a menudo una legislación tacita en un mundo sin ley”; 6. libertad, facilidad de movimiento.”

Para este sociólogo, estas significaciones diversas “muestran en qué, no el juego mismo, sino las disposiciones psicológicas que él traduce y que desarrolla pueden en efecto constituir importantes factores de civilización”; las principales nociones que él determina son la totalidad, la regla y la libertad, Siempre reconociendo que estas son las nociones esenciales del juego en general. No obstante, no se debe descuidar de ninguna manera la noción de libertad, en la cual volvemos a encontrar la idea de movimiento, esto es de espacio, de distancia, de un aquí y de una allá. Esta noción dinámica será muy útil en la definición de trabajo. De otra parte, en nuestra opinión, este especialista del juego no insiste mucho, al menos en esta parte, sobre el hecho que el juego es concebido en primer lugar en todos los diccionarios como una actividad , es decir, como un hacer.

En la obra de Caillois, es posible señalar la presencia de nociones paradójicas (limites-invención; destino-libertad; riesgo-cálculo; economía.-disposición; estabilidad-movimiento: restricción-placer). En efecto, para que haya juego, dos polos deben subsistir y mantenerse conjuntamente; asociados en un ir y venir incesante. Es quizás, en este sabio arte del equilibrio en el que reside verdaderamente el juego, o mejor dicho el jugar: en esta capacidad de ser en el juego sin perderse en él, de vivir la ilusión sin sucumbir. El literatura, cuando los participantes en el hecho literario pierden su capacidad de mantener este equilibrio, caen ellos ya sea en la imitación plana o en el consumo de modelos prefabricados o ya sea abandonando el juego.

(3) Jacques Ehrmann: juego, realidad y cultura

Jacques Ehrmann, en su análisis de las teorías de Johan Huizinga, Roger Caillois, se va distanciar de las bases teóricas, lógicas y antropológicas que subyacen en el pensamiento de estos tres autores, según los cuales la realidad es primero y el juego segundo:

¿Como la “realidad” podría servir de norma, y por ahí avalar una normalidad antes incluso de haber sido probado y medido en y por sus manifestaciones? Puesto que –no hay necesidad de insistir- no hay “realidad” (ordinaria o extraordinaria!) fuera de o antes de las manifestaciones de la cultura que la expresa. El problema del juego no está entonces relacionado con el problema de la “realidad”, él está relacionado con el problema de la cultura. Es el mismo problema..

El error de ciertos racionalistas consistiría entonces en considerar lo real como un referente objetivo, pudiendo ofrecer al análisis un punto de partida fiable mientras que según Ehrmann lo real constituye ante todo un punto de llegada. No podría existir la realidad objetiva independiente de la interpretación, ya que

Todo real está impregnado de imaginario. Ningún fenómeno antropológico que pudiera ser interpretado como un significante-imaginario flotante, variable, que coincidiera más o menos fielmente con un significado real, fijo y estable. En el caso del estudio de una obra de arte (...) el trabajo crítico no consiste entonces en medir y notar la pretendida distancia (...) entre la obra y lo “real” a partir del cual la llamada obra hubiera sido producida (...) Lo real no es ese fondo neutro y objetivo sobre el cual se separaría y se mediría lo imaginario.

En el “L´Homme en jeu”, Ehrmann denuncia también el doble sentido atribuido por Huizinga y Roger Caillois a la cultura: en un sentido técnico y etnológico, ella se constituye por las formas adoptadas por las diversas sociedades humanas, pero, en un sentido metafísico, estos teóricos –y numerosos otros autores después de ellos- conciben la cultura como el recorrido ascendente del hombre a lo largo de la historia: se trataría de lograr una etapa superior y civilizada, representada por una cultura específica, la suya. Abandonando los juegos de simulacro y de vértigo propios de los pueblos primitivos, el hombre occidental se dirige progresivamente hacia una sociedad regida por la sana y leal competición y un azar o causalidad domesticada.

De esta manera, en los tiempos primitivos se opone la ejemplaridad del presente; a la mentalidad infantil (animal, salvaje, visionaria) se opone una mentalidad adulta (civilizada, razonable y racional); al comportamiento lúdico (ilógico y no lucido) se opone un comportamiento serio (lógico y lucido).

En realidad el pensamiento de los dos grandes “clásicos” del juego podrían contener una contradicción flagrante: el hombre llega a ser más y más civilizado y la civilización cada vez menos lúdica –al menos según la perspectiva escogida por Johan Huizinga y por Roger Caillois- ¿cómo explicar que el juego suponga una influencia civilizatoria?

Esta aporía remite de hecho al pensamiento presocrático. Para estos dos autores, el origen de la civilización está impregnado a la vez de inocencia y de brutalidad. Ellos manifiestan sin cesar su nostalgia de una sociedad “pura”, susceptible de excluir los instintos y la violencia primordial. El juego como idea está constantemente bajo el riesgo de ser pervertido.

Claro está, una perspectiva fundada sobre la inocencia y la univocidad de lo real no puede lograr llegar a las consideraciones morales relacionadas a la legitimada de ciertos juegos, pero también a la degeneración de muchos otros. Tal es el punto de vista adoptado por Emile Benveniste en su artículo “Le jeu como structure” (1947): el juego sería un rito decadente, que ha perdido su función mágica, que conserva solo su estructura. Por su parte, Roger Caillois no evoca las dos tesis antinómicas del juego como degradación de las actividades adultas y del juego como fuente de cultura más que para proponer una solución muy poco satisfactoria: “el espíritu del juego es esencial a la cultura, pero juegos y juguetes, en el curso de la historia, son los residuos de este última.”


Si los críticos de Huizinga y Caillois están de acuerdo muy fácilmente para denunciar esta “falla metafísica”, son menos numerosos aquellos que han señalado otro error de razonamiento, tan importante según nuestra opinión: incluso si Caillois habla de “actitudes fundamentales”, sus categorías remiten menos a la apreciación de jugar sobre su propia acción que a los “características” determinadas por un juicio presentado desde el exterior. Incluso Jacques Henriot que es uno de los pocos investigadores en haber profundizado la reflexión sobre el juego como discurso no insistió mucho sobre el juego como enunciación.

Esta confusión recurrente entre aquel que juega y aquel que dice que hay juego permite alimentar la creencia en una improductividad del juego. Como lo señala Jacques Ehrmann con precisión, si el juego es vivido como un gasto gratuito, el etnólogo así como el psicólogo, el pedagogo, etc saben bien, que el don lúdico “puro” constituye de hecho un intercambio. Parece entonces lógico afirmar que “en una antropología del juego, el juego no podría definirse aisladamente con relación a la realidad y la cultura. Definir el juego, es de por sí y en un mismo movimiento definir la realidad y definir la cultura.”

Las palabras de Ehrmann aclaran desde una perspectiva particularmente interesante la problemática de las relaciones entre el juego y la literatura. Conviene no obstante anotar que, desgraciadamente, la reflexión de este especialista literario ha conocido un impacto considerablemente menor a aquel de los autores cuestionados. Veinte años después, son todavía las voces de Huizinga y Caillois las que se escuchan, pese a los numerosos análisis críticos y reflexiones originales que se han adelantado.

Los criterios convergentes de Huizinga y Caillois, mucho tiempo no controvertidos –criticados en el detalle pero finalmente aceptados como punto de partida- han permitido a otros teóricos concluir la disociación entre el juego y el conjunto de actividades sociales. Este distanciamiento o separación entre el juego y el resto de las actividades corrientes sirvió luego para aproximar juego y arte, ya que estos dos suponen una relación no habitual con el mundo.

Según Jean Cazeneuve, hay dos maneras de modificar la relación con el mundo: “O bien nos evadimos del mundo creando un universo artificial de igualdad pura en el momento del inicio gracias a la competición libre o al efecto del azar (...) O bien es el sujeto mismo que se transforma en su relación con el mundo.” Estas dos vías comprometen al sujeto del juego a asumir cuatro actitudes diferentes; que reúnen las cuatro categorías lúdicas propuestas por Roger Caillois: “se puede, de una parte, intentar modificar el mundo por una intervención activa en la competición (agon) o por una aceptación pasiva de los efectos del azar (alea) y, de otra parte, intentar transformar el sujeto por la simulación voluntaria de otra persona (mimicry) o por la búsqueda de un vértigo soportado (ilinx)”

Lo esencial de esta manera de pensar con relación el carácter autotelico. Para Cazeneuve, por ejemplo, el juego no se concibe como tal “sino en la medida en que no produce ninguna obra cultural, ninguna adquisición” este interpretación reviste una importancia particular, porque es justamente por su capacidad de producir obras que las diversas manifestaciones del arte –entre otras la literatura- podrían distinguirse del juego. El pensamiento de D. E. Berlyne al respecto, va en el mismo sentido:

Como por el comportamiento estético, existe sin duda un aspecto estético en numerosos juegos (...) las actividades estéticas son generalmente consideradas como más “serias” que el juego. Esto significa probablemente que su motivación depende ampliamente de las fuentes ya sean intrínsecas o extrínsecas. Las obras de arte se desean asignar fines mágicos, religiosos, morales u otros fines didácticos. E incluso cuando el artista declara no interesarse más que del “arte por el arte”, un ideal extraño a ciertas culturas, su éxito parece aportarle más retribuciones extrínsecas bajo la forma de prestigio o de remuneración, que la mayor parte de actividades consideradas como los “juegos” (...) Además, la actividad estética, a diferencia de la mayor parte de los juegos, deja rastros o huellas permanentes en los objetos durables.”

Esta manera de considerar el arte parece invalidar toda tentativa de aproximación entre literatura y juego, al menos según la concepción moderna de la actividad literaria, donde la materialidad, lo escrito, lo textual, el objeto libro ocupan el primer plano. No obstante, para dar cuenta de su pertinencia a este tipo de aproximaciones, basta recordar que los fenómenos en los cuales se interesa la teoría literaria tienen que ver no solamente con la suma de los productos de la literatura sino también con la suma de las producciones, es decir los proceso dinámicos de creación y recepción que encierra el texto.

(4) Jean Duvignaud: juego e imaginario

La relación entre juego, arte e imaginario es precisamente centro de las preocupaciones de Jean Duvignaud. En Le jeu du jeu (1980), este sociólogo se dedica a estudiar la parte lúdica del hombre, irreducible a cualquier otra estructura o actividad.


Duvignaud se interesa explícitamente en el play, “juego libre y sin reglas” antes que en el game, juego organizado. Denunciando las tentativas de recuperación y/o sacralización donde el juego es objeto, este autor reivindica lo que le parece ser la característica esencial del juego: su gratuidad. El concepto es vasto y admite a su vez un amplia gama de actividades: gratuidad de intercambios, entre amantes y entre luchadores, gratuidad de los juegos de palabras de los niños y de los poetas; gratuidad impúdica de los bufones, de los mimos y de los actores; gratuidad del juego con la teología y del juego del guerrero; gratuidad de la habladuría y del sueño....Lo específico que habría podido ser aportado a la noción del juego terminaría entonces por extraviarse en este nueva madeja.

Se debe destacar que la noción de “gratuidad”, casi sinónima de “libertad” parece en un contexto conceptual bien particular, cercano a la “utopía del deseo” de la que hablaba Marie-Josée Chombart de Lauwe y Nelly Feuerhahn a propósito de las representaciones sociales de la infancia en los años 70. La gratuidad, para Duvignaud, es lo que escapa a toda intención utilitaria y positivista, a todo enraizamiento en una causa, a toda planificación acosada por la rentabilidad. Según el autor, el juego ha sido ocultado en razón de las “exigencias intelectuales de una economía del mercado y de una tecnología a menudo incontrolada que deja poco espacio al terreno vago de la ensoñación.”

Viendo en el entusiasmo por ciertas nociones asociadas a la incertidumbre y al juego no el interés por lo lúdico sino por contrario un esfuerzo por escamotearlo, Duvignaud, va a seguir la pista de las épocas en donde el juego pese a todo logro manifestarse, especialmente en el campo privilegiado del arte. El buscará de esta forma plantear elementos para “otra epistemología” susceptible de afrontar –sin recurrir ni a la función ni a la estructura- “estas manifestaciones irrepetibles e inopinadas como son la fiesta, la creación artística, los sueños, la práctica del imaginario que es el juego.”

Duvignaud ve entonces en los numerosos momentos de ruptura del siglo XX (dadaísmo, surrealismo, freudismo, exasperación cultural post-revolucionaria en Rusia, movimiento hippie, revueltas estudiantiles) los “estallidos lúdicos” de los “flujos de juego” que prestan atención a la racionalidad y a lo serio. Puesto que “el juego no se reduce a una actividad particular. Si bien el no se representa por una idea o una esencia. El abre una fosa en la continuidad factual de un mundo establecido, y esta fosa desemboca sobre el vasto campo de combinaciones posibles, diferentes en todo cado de la configuración sugerida por el orden común...”

La experiencia del juego es “anticipación del presente sobre lo todavía no vivido, experiencia que abre la percepción a una experiencia indefinida.” Jugar se convierte entonces en la traducción de una preocupación “de experimentar la aproximación de una realidad exterior siempre huidiza (en todo caso irreducible lo que el determinismo llama de esta manera) con la ayuda de símbolos desprovistos de toda eficacia factual.”

Incluso si él se inspira ampliamente en sus precursores, Duvignaud adopta una perspectiva más ponderada que la de Johan Huizinga y mucho menos sistemática que la de Roger Caillois, perpetuando el idealismo del primero y la precisión de la observación del segundo.

(5) Jacques Henriot y los niveles del juego

Ahora bien, para Henriot, en el juego es posible distinguir tres niveles:

1. el juego mismo: “a lo que juega el que juega”. El se plantea bajo la forma de un sistema de reglas, de estructura constituida.

2. el jugador: “lo que hace aquel que juega”. Es el acto mismo, que proviene de una idea, de una actitud mental.

3. el estar jugando: “lo que hace que el jugador juegue”. Las condiciones que lo llevan a jugar. Es lo que hace posible en él la actividad de juego y la realidad misma de juego constituida.

Distanciándose con razón de las tentativas generalizadoras que hacen del juego, una forma primordial de una existencia librada a sí misma, o una noción vacía ya que nada podría poseer un significado realmente lúdico en un universo donde todo está determinado, Henriot propone una definición en estos términos:

toda situación estructurada por reglas, en la cual un sujeto es obligado a tomar un cierto número de decisiones, tan racionales como sea posible, en función de un contexto más o menos aleatorio.

El carácter provisional de esta definición no permite dar la importancia necesaria a ciertos elementos implícitos en estas nociones fundamentales que son estructura reglada, decisión deliberada de un sujeto e incertidumbre. Destaquemos un aspecto sobre el cual Henriot insiste:

Un juego del que no se es consciente no es un juego. Todo juego exige, para tener forma de juego, el distanciamiento y el rompimiento por el cual la conciencia de lo no serio sucede o se sobrepone a lo serio del acto.

Por tanto, como lo señala el mismo autor, “un juego del cual no se es consciente no es más un juego”. La esencia del juego tiende entonces al equilibrio que se establece en una conciencia que no debe nunca abandonarse sin por lo tanto denunciar y destruir el juego.

Para estudiar este complejo fenómeno, se debería tener en cuenta su carácter estructurado. En efecto, en tanto sistema o formación estructural, “todo juego (…) se define como un sucesión de operaciones posibles”. Henriot precisa al mismo tiempo que en razón de su doble estructuración espacial y temporal, el juego adquiere una irreversibilidad diacrónica que lo opone a la estructura sincrónica y reversible definida por la antropología estructural. Nos parece que esta particularidad del juego obliga precisamente abordarlo más como actividad y como proceso relacional que como simple forma.

(6) Michel Crozier y Ehrard Friedberg: juego y acción organizada

Entre las aproximaciones de juego desarrolladas en las ciencias humanas y sociales, y desde una perspectiva radicalmente diferente a la de Duvignaud, la sociología de las organizaciones nos ofrece un ejemplo muy interesante de investigación operacional: se trata del modelo de juego como instrumento de acción organizada, propuesto por Michel Crozier y Ehrard Friedberg. Los autores en L´actuer et le systéme (1977) parten del principio que el actor “no existe por fuera del sistema que define la libertad que es la suya y la racionalidad que él puede utilizar en su acción. Pero el sistema no existe sino por el actor que solo puede llevarla y darle vida, y que solo puede cambiarla. Es la de yuxtaposición de estas dos lógicas que nace las obligaciones de la acción organizada.”

Para comprender mejor la naturaleza y el funcionamiento de las obligaciones de la acción colectiva, los sociólogos van entonces a aplicar los conceptos provenientes de la teoría matemática de los juegos: estrategia, decisión, conflictos de intereses. No se trata de estudiar lo que es el juego sino sobre todo, tomando la estructura de ciertos juegos por modelo, elaborar una teoría de la decisión que implica el análisis abstracto de conflictos entre dos partes.

Se deduce fácilmente lo que separa esta aproximación de la Duvignaud: mientras que esta se empecina en hacer de la gratuidad el criterio esencial del juego, Michel Crozier y Ehrard Friedberg van a conceptuar como los juegos de las acciones que, lejos de ser gratuitas, representan “una coalición de hombres contra la naturaleza con perspectiva de resolver problemas materiales.” El rasgo fundamental del juego no será ya más entonces la improductividad sino la incertidumbre, es decir la indeterminación en cuanto a las modalidades concretas de solución. La incertidumbre no podrá ser reducida más que a través de la negociación, y es en el ejercicio de esta negociación que encuentran expresión los conflictos de poder en el seno de la colectividad. En una situación organizacional dada, el margen de libertad del que dispone cada actor está asociado a la facultad de control de fuentes de incertidumbre y determina el poder sobre los otros.

Una precisión se impone: el poder está aquí entendido no como un atributo sino como una relación, cuyas principales características son el de ser una relación instrumental, intransitiva, recíproca y desequilibrada. La praxis social es concebida como un proceso de aprendizaje colectivo, en el curso del cual se inventan y fijas las reglas del juego social de la cooperación y del conflicto. El actor social es entonces remplazado en el seno de una estructura que él no domina pero que está en posibilidad de modificar, ya que la noción de obligación reemplaza aquella del determinismo y la escogencia o selección reemplaza el condicionamiento. Esta perspectiva de investigación tiene la ventaja de

Dar cuenta del carácter obligatorio y preestructurado de la acción colectiva, tratando el comportamiento humano como lo que es: la afirmación y la actualización de una elección en un conjunto de posibilidades (...) Brevemente, ella destaca el carácter socialmente construido y el mantenimiento de toda estructura de acción colectiva, cuyas reglas de juego ordenan las elecciones de los individuos, pero cuyo mantenimiento es a su vez condicionado por estas elecciones.”

Se notará lo que estas afirmaciones tienen de categóricas, al igual como el lugar que toma la libertad original del actor humano en los postulados que le subyacen. Ellas escapan no obstante, precisamente por el peso acordado a los sujetos del juego, a los reproches que se le puedan dirigir a la teoría matemática de los juegos, de donde ellas parcialmente se han inspirado. La sociología de la organización, al focalizar su atención sobre el papel de los actores del sistema más que sobre el sistema mismo, apunta precisamente a superar la modelización abstracta propia de ciertas aplicaciones de la teoría de los juegos.


Se considera que Crozier y Friedberg ofrecen una brillante demostración de la manera como se puede adaptar a las ciencias humanas los modelos inspirados de las ciencias llamadas exactas. El concepto de juego, que han elaborado, definido y por lo mismo limitado, es plenamente operacional:

El juego para nosotros (...) es un mecanismo concreto gracias al cual los hombres estructuran sus relaciones de poder y las regularizan al mismo tiempo que las hacen –dejándose- su libertad (...) Es el instrumento esencial de la acción organizada. Así definido el juego es un constructo humano. El está ligado a los modelos culturales de una sociedad y a las capacidades de los jugadores, pero queda o permanece contingente como todo constructo. La estructura no es de hecho más que un conjunto de juegos.

El análisis organizacional de las interacciones entre el actor y el sistema ofrece las pistas no exploradas pero prometedoras a la teoría literaria. Más allá de las nociones de juego imprecisas y poco operacionales. Convendría puede ser volcarse sobre las relaciones entre el actor literario y el sistema en el cual se inscribe, a la luz de una praxis social en términos de juego.

En el estado del análisis, las consideraciones precedentes cabría justificar una breve referencia consagrada a la teoría matemática de los juegos. No es nuestra intención por razones de conocimiento de una teoría tan compleja que, pese a su influencia decisiva sobre numeroso disciplinas, no parece haber dado lugar a las reflexiones específicas y significativas en muchos campos.

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